Sobre El hombre mediocre de José Ingenieros
En este ensayo se realiza un análisis de El hombre mediocre, una de las obras del intelectual argentino José Ingenieros. El pensador latinoamericano advierte el peligro que corren los pueblos donde los grandes ideales han sido sepultados por la mediocridad, un mal que promueve la cultura del parecer y aniquila las preguntas trascendentales. Los hombres educados en estos ambientes sufren las terribles consecuencias de la indiferencia. Cuba lamentablemente no escapa de los efectos provocados por una sociedad encerrada en las cavernas de la ignorancia. Por lo tanto, nuestra nación necesita de hombres idealistas que promuevan espacios donde el diálogo, la crítica y el debate reinen; así como de un idealismo que lleve a cada rincón del país la luz de la verdad, el bien y la belleza.
Sobre El hombre mediocre de José Ingenieros
About El hombre mediocre by José Ingenieros
RESUMEN: En este ensayo se realiza un análisis de El hombre mediocre, una de las obras del intelectual argentino José Ingenieros. El pensador latinoamericano advierte el peligro que corren los pueblos donde los grandes ideales han sido sepultados por la mediocridad, un mal que promueve la cultura del parecer y aniquila las preguntas trascendentales. Los hombres educados en estos ambientes sufren las terribles consecuencias de la indiferencia. Cuba lamentablemente no escapa de los efectos provocados por una sociedad encerrada en las cavernas de la ignorancia. Por lo tanto, nuestra nación necesita de hombres idealistas que promuevan espacios donde el diálogo, la crítica y el debate reinen; así como de un idealismo que lleve a cada rincón del país la luz de la verdad, el bien y la belleza.
PALABRAS CLAVES: Mediocridad; indiferencia; idealismo.
ABSTRACT: This paper analyzes El hombre mediocre, one of the works of the Argentinean intellectual José Ingenieros. The Latin American thinker notices the danger that the nations face where the great ideals had been buried by mediocrity, an evil that promotes a culture of feign and destroys the transcendental questions. The men educated in these atmospheres suffer the terrible consequences of indifference. Cuba lamentably doesn’t escape the effects provoked by a society trapped inside the caverns of ignorance. Therefore, our nation needs idealist men that promotes spaces where the dialogue, the criticism and the debate rule; in the same way as an idealism that carries to every corner of the country the light of truth, good and beauty.
KEYWORDS: Mediocrity; indifference; idealism.
Introducción
Una terrible enfermedad ataca a la humanidad del siglo XXI. Un virus mortal corrompe al ser humano y lo inmoviliza. Si se prestara atención y se le dedicara un mayor análisis, se declararía como el padecimiento de nuestra época. La indiferencia reina entre los hombresy nosotros, ilusos, le entregamos el mando de nuestras vidas y permitimos que devore nuestra personalidad. Esta indiferencia florece en los ambientes donde la mediocridad oscurece el desarrollo de los pueblos.
El pensador argentino José Ingenieros ya advertía sobre este mal en una obra que debería convertirse en apéndice de las constituciones de nuestras naciones y en manual indispensable de los sistemas de enseñanza. El hombre mediocre nos muestra el peligro que corren las sociedades donde los ideales han quedado sepultados por gobiernos, ideologías y éticas que se proclaman como «oficiales», arremetiendo contra todo aquello que señale una nueva manera de concebir la realidad.
Resulta interesante la frase con la que el intelectual latinoamericano comienza el primer capítulo. Esta frase, tomada de La Divina Comedia de Dante, muestra la suerte que se depara a aquellos hombres que solo vivieron para sí y que ahora gimen de dolor a las puertas del infierno, en un espacio dominado por las tinieblas: «El Cielo los lanzó de su seno, por no ser menos hermoso; pero el profundo Infierno no quiere recibirlos por la gloria que con ello podrían reportar los demás culpables»1.
Estas palabras sirven como antesala al análisis realizado por Ingenieros, en ellas queda plasmada la psicología del hombre mediocre. Así se manifiesta la mediocridad: anulando nuestra individualidad, impidiendo que tomemos nuestras propias decisiones y convirtiéndonos en esclavos de pensamientos impuestos por la mayoría.
La cultura del parecer
Cuando una escuela de pensamiento, una rama de la ciencia o un partido político se estancan y no permiten un nuevo aporte a sus concepciones, es evidente que el manto de la mediocridad los envuelve. Cuando la actividad de cada ser humano se reduce a continuar repitiendo esquemas preconcebidos, sin ponerlos en duda, es evidente que la mediocridad domina el clima. Cuando se le otorga la condición de intelectuales, héroes o santos a hombres que solo sirven a un interés hegemónico y rechazan todo lo que sobrepasa las fronteras de su única manera de pensar, es evidente que la mediocridad ha cegado la capacidad que poseemos de transcender nuestra realidad presente y proyectar un futuro distinto.
En sociedades con estas condiciones, uno de los peligros que surge y arremete contra sus habitantes es el desarrollo de una cultura del parecer, donde se prioriza el cumplimiento de las normas establecidas, las cuales se convierten en máscaras utilizadas para seguir al rebaño. Entonces se levantan hogueras y se activan las censuras contra todos aquellos que luchan por romper esa jaula de hierro que impide el desarrollo del ser de cada hombre. La cicuta impuesta a Sócrates, la cruz izada para Cristo y la hoguera encendida a Bruno, son las pruebas mostradas por Ingenieros del terror que causan hombres con ideales en la filosofía, en la religión y en la ciencia.
De esta manera, el ser humano se transforma en una sombra. Incapaz de formarse una personalidad propia, se disfraza con reglas y esquemas concebidos por la corriente de pensamiento que está de moda. La masa es la que rige nuestra conducta y enmudece a nuestro yo, el cual queda encerrado en el deber ser dictado por este dios autoritario. La virtud se degrada y desvaloriza, al confundirla con lo que se muestra exteriormente, al olvidarse el cultivo de valores que nazcan de la toma de conciencia de nuestro ser.
El virtuoso mediocre es un autómata que se conforma con la mera repetición de lo establecido. Es un hipócrita que mantiene una imagen impecable pero cuya conciencia se contamina, incapacitado de discernir el bien que desea realmente. En semejante moral los ciudadanos se esconden detrás de los postulados dictados por el partido político que domina, del catecismo que profesan y de la escuela de pensamiento que defienden. Inhabilitados de construir nuevos horizontes que impulsen por mejores caminos sus ideologías, serán capaces de arrasar con aquellos que, luego de un crecimiento individual, sean aptos para buscar el bien común.
La historia es testigo de los terribles efectos provocados por estos supuestos defensores de la libertad, la igualdad y la fraternidad. «Supuestos» porque en realidad la búsqueda de estos elevados principios responde a intereses sectarios. Entonces la libertad se convierte en persecución, la igualdad degenera en injusticia y la fraternidad se encarna en inquisiciones, campos de concentración y guerras civiles donde son masacrados los propios hermanos, por la simple razón de conformar las filas del bando contrario.
Las víctimas de las guerras de religión, los guillotinados en la Revolución Francesa, los muertos del holocausto nazi y de los gulags de la Rusia comunista, reclaman un análisis profundo de lo que somos capaces de realizar hipnotizados por doctrinas herméticas. Un análisis que nuestro tiempo también amerita, pues el tema de los migrantes y las disputas internas en países latinoamericanos por razones políticas, son algunos de los tópicos que arrastran el espectro de la mediocridad.
La sentencia de Ingenieros es clara: «El hombre es. La sombra parece»2. La formación de hombres capaces de reconocerse como individuos comprometidos con la realidad, dispuestos a salvar sus circunstancias, para con ellas poder salvarse también, según la máxima de Ortega y Gasset, se hace necesaria. Es indispensable una obra de redención que saque a los hombres del anonimato de corrientes dogmáticas y los comprometa con la conquista del bien, que no los deje indiferentes ante la injusticia al esconderse tras el velo de preceptos, que los conduzca a poseer como premisa mayor la frase de Jean Paul Sartre cargada de humanismo: «En cuanto hay compromiso, estoy obligado a querer, al mismo tiempo que mi libertad, la libertad de los otros; no puedo tomar mi libertad como fin si no tomo igualmente la de los otros como fin»3.
La muerte de los grandes ideales
El mensaje que José Ingenieros nos transmite en su libro traspasa las barreras del tiempo y en nuestros días cobra una actualidad increíble. En las sociedades contemporáneas la mediocridad adquiere un puesto de honor. Dostoievski no se equivocaba cuando en boca del Gran Inquisidor sentenciaba que los hombres prefieren entregar su libertad en manos de ídolos que manejen sus vidas, rechazando el don de ser libres. Son estos los hombres mediocres que Ingenieros denunciaba en su obra. Son estos los hombres mediocres que habitan en nuestro siglo, como resultado de un ambiente que los transforma en corderos sin voz, en sombras que no poseen un yo propio. Son rebaños dispuestos a idolatrar a grandes inquisidores que hagan de la voluntad del poder la norma establecida.
Esta es la terrible consecuencia de la sociedad mediocre en la que convivimos: haber asesinado las interrogantes, aquellas preguntas trascendentales que impulsan el desarrollo del pensamiento especulativo, esas que guiaban a Sócrates en un recorrido intenso por el ágora de Atenas buscando la Verdad. El por qué y para qué de nuestra existencia, el
«conócete a ti mismo» del oráculo de Delfos, han sido aplastados por una búsqueda del éxito inmediato, de la satisfacción efímera. El loco de La gaya ciencia de Nietzsche continúa gritando en las plazas del siglo XXI; anuncia la muerte de Dios y, con ella, el asesinato de todo valor supremo, de todo ideal que se encuentre por encima de intereses personales, políticos o religiosos.
Nuestras sociedades se transforman en la caverna descrita por Platón en el libro VII de La República. Atados por las cadenas de ideologías, creencias, discriminaciones raciales y de sexo, nos conformamos con las sombras proyectadas por una luz artificial, sombras a las que atribuimos la condición de verdad, de bien y de belleza. En estos antros la corrupción prolifera. La verdad se cubre de sofismas capaces de cambiar la historia y las noticias, se ve condenada a vagar en las penumbras y a servir a los círculos que ostentan el poder. El bien se corrompe con el seguimiento de un canon que condena a quien lo infringe, canon capaz de aniquilar a quien señala un camino mejor. La belleza se confunde con la repetición de estilos anteriores, y se extirpa así la capacidad creadora del artista.
¡Dichoso aquel que pudo romper sus ataduras y contemplar la luz verdadera!, pues esta caverna en la que habitamos no posee una entrada abierta a la luz como la que tenía la descrita por el discípulo de Sócrates. Los defensores de la mediocridad se han encargado de cerrar este camino que nos eleva hacia una comprensión más amplia y clara del mundo en el que nos desarrollamos, hacia una visión que no discrimina, que no se reduce a lo que pensaron y piensan un grupo de hombres que se proclaman como dioses y guardianes de la sabiduría.
Nuestro tiempo exige la actividad de hombres idealistas, antítesis de los mediocres; hombres con la aptitud de realizar un análisis crítico de la realidad existente, el cual conduzca a elaborar hipótesis idóneas para la disolución del culto a lo caduco y a fomentar en los pueblos el deseo de un cambio hacia la conquista del bien. Se requiere un idealismo arquitecto de metas que resuciten, en medio de un clima de decepción e indiferencia, la búsqueda de valores supremos; un idealismo que no se conforme con una felicidad pasajera, cuya inconformidad lo conduzca siempre al perfeccionamiento de lo alcanzado; un idealismo que descienda de planos teóricos y se transfigure con la experiencia. Con seres humanos poseedores de semejante educación, los muros que impiden salir de la caverna de la mediocridad serán derribados y, con ellos, todo vestigio de corrupción, esclavitud y discriminación.
El reclamo de Cuba
Cuba no escapa de las consecuencias de una sociedad encerrada en las cavernas de la ignorancia. Espectadora de un escenario hostil, reclama la salvación de su tierra. La mediocridad, cual dios Cronos de nuestros tiempos, devora con avidez a sus hijos. Este feroz titán, personificado en el poder autoritario, la sumisión a ideales retrógrados, la prostitución de la moral en busca de honores y dinero, condena al ostracismo a todo hombre que levante su voz en defensa del bien.
¿Acaso la cultura y la ciencia deben rendir honores a un único sistema de pensamiento?
¿Acaso no avanzan la ciencia y todo un pueblo repitiendo modelos arcaicos? Cuba se llena de alcantarillas donde la epidemia de la indiferencia y la corrupción se propaga. Se halla en un ambiente en el que la pobreza material acompaña a la miseria espiritual, el pensamiento encuentra un sinnúmero de obstáculos, encerrado en un estrecho círculo, y el hecho de indicar un camino diferente es considerado un delito. Los sabios se confunden con los repetidores de consignas, la educación se estanca al podar ideas que no concuerden con lo establecido.
Nuestra nación reclama un cambio de paradigma, solo de esta manera evolucionan los pueblos. Reclama la formación de hombres con el coraje de un Félix Varela, capaz de luchar contra la decadente escolástica; hombres con la capacidad profética de un José Martí, que con mirada crítica analizaba su pasado y presente para proyectar un futuro sin el azote de viejos errores; hombres capaces de superar las contradicciones de creyentes-ateos, izquierda-derecha, hombre-mujer para, de esta manera, llevar la luz de la verdad, el bien y la belleza a cada rincón del país.
Cuba necesita una nueva campaña de alfabetización que se transforme en una batalla contra la mediocridad, que vaya más allá de la enseñanza de fórmulas y esquemas, que pueda crear espacios donde la mayéutica socrática y el «atrévete a pensar» kantiano generen una crítica profunda de nuestra realidad. Con la aplicación de métodos abiertos al diálogo recíproco, sin el deseo de imponer una verdad absolutista, el idealismo dogmático criticado por Ingenieros será superado. Entonces se construirá un idealismo de la experiencia libre de ataduras ideológicas, que sane al pueblo cubano de la ceguera intelectual y de ese conformismo sombrío que extirpa la esperanza del ser humano. Los cubanos formados en estos espacios donde la crítica, el debate y el deseo de conocer reinen, encarnarán al Zeus victorioso que destruye la perversa tiranía de la indiferencia.
1 Alighieri, Dante: «Canto III», La Divina Comedia, p. 16.
2 Ingenieros, José: El hombre mediocre, p. 117.
3 Sartre, Jean Paul: El existencialismo es un humanismo, p. 24.
Referencias bibliográficas:
Alighieri, Dante: «Canto III», La Divina Comedia, Alba Editorial, Madrid, 1998. Ingenieros, José: El hombre mediocre (edición digital). Disponible en: http://www.cecies.org. Consultado el 12/12/2019.
Platón: La República (edición digital). Disponible en: http://www.relpe.org. Consultado el 23/11/2019.
Sartre, Jean Paul: El existencialismo es un humanismo (edición digital). Disponible en: http://www.bibliotecaparalapersona-epimimeleia.com. Consultado el 23/12/2019.