El espíritu de Letrán

«Hay espacios que te hacen callar, hay otros que te obligan a hablar o a escuchar, pero solo

en algunos puedes soñar».

El autor

Entrar a «Letrán» –como lo conocen todos sus estudiantes– exige una disposición especial. Se asiste a un encuentro con potencias internas que creías sumergidas en el más profundo letargo. Cada paso te sumerge en su espíritu. Sí, porque Letrán tiene su espíritu. Como todo espíritu, no se nos revela inmediatamente. Empieza siendo un soplo que nos acaricia, que nos mira, que, dubitativo, nos evalúa, y si somos dignos nos transforma.

Letrán es un viento de cambio. Es un aliento benéfico similar a aquella divinidad eólica que Rodó nos anunciaba en su Ariel. Infunde aire en nuestros jóvenes pulmones, aire que limpia, aire que cura, aire que ilumina y refresca. Soplos huracanados que destruyen la estulticia, barren lo espurio y nos hacen flotar. En Letrán se respira de otra manera.

Su espíritu, cual ligero caminante, tiene por calesa la brisa, por estandarte la luz y por nuncios las nubes. A cada rato se le siente en un aula, o se le intuye en el movimiento de una hoja o en el abrirse misterioso de una puerta, que invita a pasar, a entrar, a ser parte. No sé qué forma tiene el espíritu de Letrán y, de hecho, siendo coherente con su oficio, probablemente ninguna. Pero me gusta imaginarlo como un inquieto niño con sandalias aladas; similar a un Hermes griego o a un Mercurio romano, él también viene a entregarnos un mensaje. Se sienta junto a nosotros y nos susurra al oído: «Sigue soñando».

Es una fuerza moral, un forjador de ideales que nos invitan a cambiar, a encontrar lo extraordinario, a ser mejores. Con etéreos ademanes nos señala el camino a recorrer y nos deja a nosotros la decisión de hacerlo.

En medio de una sociedad noctámbula, en Letrán seguimos soñando. No las somnolencias que inmovilizan, condenan y destruyen; sino los sueños que revitalizan e infunden nuevas energías, para seguir creando, fundando y amando. Gracias al «espíritu de Letrán».