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Filosofía y Educación · De Libris

Ariel o la naturaleza alada de los ideales

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En 1900 el escritor uruguayo José Enrique Rodó publicó su ensayo Ariel, obra que influiría notablemente en la cultura y la política latinoamericanas del siglo XX. Exponente por su estilo del modernismo latinoamericano, el Ariel parte de un evidente diálogo intertextual con La tempestad de William Shakespeare. Próspero, protagonista de la pieza shakespeariana, se convierte en un maestro que explica a sus discípulos diferentes temas, abordados en las seis partes (además del prólogo y el epílogo) en que se divide el ensayo. Como figura simbólica a lo largo del texto estará presente Ariel, el genio del aire, que da nombre a la obra y representa el idealismo defendido por Rodó; es, en palabras del propio autor: «la parte noble y alada del espíritu», «el imperio de la razón y el sentimiento sobre los bajos estímulos de la irracionalidad». A él se contrapone Calibán, el salvaje, «símbolo de sensualidad y de torpeza».


Ariel o la naturaleza alada de los ideales

 

Rodó, José Enrique: Ariel, El Cid Editor, Argentina, 2003, 130 pp.

 

En 1900 el escritor uruguayo José Enrique Rodó publicó su ensayo Ariel, obra que influiría notablemente en la cultura y la política latinoamericanas del siglo XX. Exponente por su estilo del modernismo latinoamericano, el Ariel parte de un evidente diálogo intertextual con La tempestad de William Shakespeare. Próspero, protagonista de la pieza shakespeariana, se convierte en un maestro que explica a sus discípulos diferentes temas, abordados en las seis partes (además del prólogo y el epílogo) en que se divide el ensayo. Como figura simbólica a lo largo del texto estará presente Ariel, el genio del aire, que da nombre a la obra y representa el idealismo defendido por Rodó; es, en palabras del propio autor: «la parte noble y alada del espíritu», «el imperio de la razón y el sentimiento sobre los bajos estímulos de la irracionalidad». A él se contrapone Calibán, el salvaje, «símbolo de sensualidad y de torpeza».

El ensayo, en sentido general, aúna el tono didáctico y el contenido filosófico. Su receptor implícito es la juventud latinoamericana a la que Rodó se dirige en calidad de maestro. Desde el primer capítulo, Próspero (que puede considerarse como el portavoz de las ideas del propio autor) se encarga de hacer ver a sus jóvenes discípulos la importancia de vivir de acuerdo a determinados ideales, y la capacidad que reside en la juventud para materializarlos. El importante rol de la juventud en el devenir histórico es un aspecto que se desarrollará a lo largo de la obra.

Rodó hace sobre todo una crítica a la modernidad, a la alienación y pérdida de individualidad a las que conduce la moderna sociedad capitalista. Vitupera fuertemente el materialismo y el utilitarismo anglosajones que habían penetrado en Latinoamérica en este período, y resalta la necesidad de un rescate de los valores espirituales. El autor muestra como paradigmas los principios clásicos y exhorta a acercarse al modelo de armonía y belleza de la Grecia antigua, así como a los valores del cristianismo. Para Rodó la sociedad ideal se crearía precisamente a partir de la síntesis de estos elementos, en una especie de «helenización de la caridad».

El escritor uruguayo expone asimismo la relevancia de que se le dé una orientación moral a la juventud y enseña a los jóvenes que, independientemente de la vocación personal que cada uno pueda tener, lo esencial es mantener la integridad de la condición humana. Es de esta manera indispensable que la educación no conduzca a los hombres a un fin utilitario, pues esto producirá inevitablemente «espíritus estrechos», sino que los encamine hacia la búsqueda de un ideal. Se propugna de este modo la formación de un ser humano completo, que pueda cultivar tanto las facultades de la razón como las del sentimiento; un ser lleno de posibilidades y potencialidades de cara al futuro, capaz de concretar la utopía anhelada por Rodó. Habla el intelectual igualmente de la apreciación de la belleza y su relación con la moral, pues, según él, quien ha aprendido a distinguir lo feo de lo hermoso, puede más fácilmente diferenciar lo malo de lo bueno.

En los siguientes capítulos, a la vez que dialoga con numerosos pensadores (entre ellos Ernest Renan, Jean-Marie Guyeau o el propio Nietzsche), continúa alertando el escritor acerca de los peligros que ocasionan la concepción utilitaria, orientada al mero interés y a la obtención del bienestar material, así como el auge del americanismo. Acuña el término «nordomanía» para hacer alusión a cómo América Latina ha sido invadida por las concepciones provenientes de la América del Norte, que no se corresponden con las características de los países latinoamericanos y pueden arrebatarles su originalidad. Declara asimismo que los jóvenes del continente han de defender su libertad y sus culturas autóctonas para no sucumbir a la pérdida de identidad ni a la dominación foránea, a causa de la imitación acrítica de lo extranjero.

A pesar de ello, no debería entenderse el Ariel solo como un manifiesto antiimperialista; su contenido es mucho más complejo, y la crítica ya ha señalado que puede hallarse de hecho un cierto eclecticismo en el ideario del uruguayo, producto del contacto con las diversas corrientes de pensamiento imperantes en su época. Así pues, Rodó realiza asimismo un análisis de los aspectos positivos de la cultura norteamericana y deja ver que la preservación de lo autóctono no tiene por qué significar un aislamiento con respecto al mundo, sino que se debe estar abierto a la par a una visión universal y cosmopolita. En todo caso, lo que él propone fundamentalmente es la síntesis entre el modelo civilizatorio que encarna lo ideal, con el sistema capitalista que busca lo útil.

Además, el autor, permeado por las tendencias de su tiempo, no se libra de plasmar un cierto «aristocratismo» en la obra, al legitimar el mando de una élite de elegidos por su superior cultura. Rodó abogaba por una democracia basada en la formación de hombres mejores que asumieran las riendas del gobierno, el cual estaría por tanto guiado por una minoría selecta de jóvenes intelectuales. Y en este sentido la educación popular jugaría un papel fundamental para esclarecer los preceptos de equidad social y justicia. Rodó intentaba establecer, de esta manera, la función de la educación en la formación de un joven latinoamericano que fuera capaz de encaminar un proyecto social que se alejase del burdo utilitarismo y persiguiese la libertad, basándose en los valores del espíritu representados por Ariel. El porvenir de América estaría entonces en manos de este genio del aire, que encarna todo lo bueno, noble y espiritual.

Desde su publicación este ensayo influyó notablemente en el ámbito intelectual, pero también fue objeto de polémicas, debido a algunas características como su estilo,  vinculado, como mencionábamos, al movimiento modernista; así como el eclecticismo del pensamiento de su autor. Asimismo generó debates su interpretación del simbolismo contenido en la dicotomía Ariel-Calibán. Varios intelectuales caribeños reaccionaron ante la imagen de Calibán presentada por Rodó; entre ellos Roberto Fernández Retamar, quien subvirtió esta relación, al ver en Calibán la representación de América Latina, colonizada y tachada de salvaje por los colonizadores (Calibán es el bárbaro, el no europeo, el «otro»), quienes se delinean en los personajes de Próspero y su servidor Ariel, el cual, en lugar de rebelarse junto a Calibán contra la dominación, decide someterse al mando de Próspero.

Independientemente de las múltiples interpretaciones que puedan hacerse sobre la obra y la postura del pensador uruguayo, no podemos desconocer que las ideas expuestas por  Rodó en su ensayo mantienen una plena actualidad aún hoy, más de un siglo después, ya que continuamos siendo dominados por la hegemonía que proviene del Norte, y Latinoamérica sigue viéndose aquejada por la imposición de modelos foráneos que no le permiten hallar soluciones efectivas para los problemas que son propios de su región. Se mantiene de igual modo vigente la dificultad de equilibrar lo ideal con lo útil, pues ningún sistema político hasta el presente ha sido capaz de resolver ese dilema esencial de las sociedades contemporáneas. Ante el imperio del materialismo y el utilitarismo, se han perdido de vista esos ideales de perfección propugnados por Rodó: la racionalidad, el orden, la estética de la moral y la conducta, el cultivo del hombre ante todo de su dignidad  y su libertad interior. Así, el Ariel, por su vigencia y su visión humanista, constituye una obra cuya lectura es, en nuestros días, en extremo recomendable y necesaria.

Rodó, además de las respuestas y soluciones que ofrece para el desarrollo de América Latina, y de las interrogantes que deja abiertas y que nos lleva a plantearnos acerca del futuro de nuestros pueblos, nos hace recordar que la clave no está ni estará en la desidia y la estrechez de pensamiento y espíritu. Nos conduce a reflexionar acerca del hecho de que, para alcanzar el progreso social, es necesaria la búsqueda de un perfeccionamiento individual a partir de una educación que propicie la crítica, el cuestionamiento ante la realidad y el intercambio de ideas diferentes. Hemos de enfrentar la duda si pretendemos intentar conquistar alguna certeza, o dicho en sus palabras: «Nuestra fuerza de corazón ha de probarse aceptando el reto de la Esfinge, y no esquivando su interrogación formidable». Rodó, en fin, nos hace percatarnos de que es imprescindible no conformarnos con la superflua apariencia de lo material, sino que la meta última debe ser buscar un sentido existencial que nos sea develado a través de valores más esenciales. Ha de defenderse sobre todo el desarrollo de una cultura y una educación humanistas, que impulsen a los hombres a remontar el vuelo, persiguiendo los más elevados ideales. Así también lo dejó expresado otro de los grandes modernistas latinoamericanos, Rubén Darío: «No dejes apagar el entusiasmo, virtud tan valiosa como necesaria; trabaja, aspira, tiende siempre hacia la altura».

 

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