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Fecha inolvidable

Vie 17 Mar 2023
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64 aniversario de Ordenación Sacerdotal

 

Guadix, 15 de marzo de 1959 – Madrid, 15 de marzo de 2023

 

 

Con 87 años y pisando los 88, deseo celebrar el 64 aniversario de mi ordenación sacerdotal. Vivo una realidad distinta a la de aquel 15 de marzo de 1959. Entonces, mis formadores, tuvieron que pedir dispensa pues me faltaban unos meses para cumplir la edad requerida. Ninguno de mis seres queridos: padres, hermanos, abuelos, pudieron acompañarme.

Hoy, con bastantes limitaciones pero con buena memoria, deseo celebrar este aniversario junto a mi hermana Toña, tan buena; con Rosa, mi sobrina, lúcida y fiel al lado de su madre; con Manolo, mi sobrino-ahijado, siempre servicial; y con los hijos de ambos. 

Siento que me hace bien festejar en familia este aniversario, antes de viajar a la Residencia-Enfermería que tiene la Orden en la Virgen del Camino, León. Es también de despedida y recuerdo las palabras de Jesús en la última cena: “Ardientemente he deseado comer esta cena con vosotros antes de morir” (Lc 22, 14). Yo diría, antes de partir, antes de despedirme, pero necesito escribir “morir”, porque con la gracia de Dios deseo ir muriendo a todo y tomar conciencia de lo que voy dejando. 

Imposible olvidar en este día, el gesto de postrarme en el piso de la catedral de Guadix (Granada), con la frente sobre el suelo y los brazos abiertos en forma de cruz, signo de mi disponibilidad para asumir el ministerio que se me confiaba. Tenía 23 años y agilidad para tumbarme y levantarme; hoy, si me arrodillo no puedo incorporarme sin pedir a alguien que me ayude. Qué actuales resuenan en mí las palabras de Jesús a Pedro: “Te lo aseguro, cuando eras joven tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras” (Jn 21, 18). Cuando repito esta frase me dicen: “No digas viejo, di anciano”; y es verdad, soy un anciano que experimento cómo el verbo “dejar” necesito conjugarlo en primera persona: dejar reconocimientos, lugares, ocupaciones y preocupaciones, personas…; dejarme ayudar, dejarme trabajar, dejarme sorprender por las novedades de la vida hasta el final; dejarle a Él que me trabaje. Qué oportunas son las palabras del hermano Rafael: “Nada deja el que todo lo deja, porque no deja sino lo que ha de dejar, quiera o no quiera”.

El rito fundamental de la ordenación sacerdotal es la imposición de manos. Cuánto me impactó sentir las manos del obispo y de los presbíteros sobre mi cabeza, y emocionado me he sentido cada vez que he impuesto las manos a un ordenando. Recuerdo los nombres de los dominicos cubanos más jóvenes, que fueron ordenados sacerdotes durante mi estancia en La Habana y a quienes tanto aprecio: Fr. Léster, a quien impuse las manos el 27 de diciembre de 2008; a Fr. Raisel, el 20 de mayo de 2017 y Fr. Néstor, que por causa de la pandemia tuvo que ser ordenado en Madrid. Todo sucede en silencio y en silencio se acoge al Espíritu.

El 1 de septiembre viajé desde La Habana a Madrid, como todos los años. Pero me sorprendió la enfermedad, he estado internado en el hospital por dos ocasiones y los doctores me han dicho: “Padre Manuel, su corazón está cansado”, hay que pensar en un nuevo ritmo de vida. Los superiores al tener conocimiento de esta situación me indicaron cuál sería el destino más conveniente para mí. No pude ni podré despedirme de Cuba, donde he sido tan feliz, ni de tantas personas que siento me han querido, me quieren y los quiero. 

Semanas atrás, uno de mis hermanos dominicos de la comunidad de San Juan de Letrán, me envió un mensaje diciéndome: “Padre Manuel, sigo pensando que su sitio está aquí”. Estas palabras me enternecen y emocionan, pero hoy no es el verbo ‘pensar’ el que dinamiza mi existencia sino ‘escuchar’. En mi interior brotan estas palabras: “Manuel, sé obediente hasta la muerte, tu sitio está en ti, no pienses nada, no pidas nada, aunque hayas tenido que partir sin poder despedirte, lleva contigo el cariño y el reconocimiento”. Durante mi vida religiosa solo he pedido ir a Cuba cuando terminé mi servicio como Provincial, y Dios sabe por qué lo hice en silencio. Ahora no pido ni salir de Cuba ni quedarme allí, Dios es quien marca la ruta y en sus manos estoy.  

Vine a Madrid con el billete de ida y vuelta, sin apenas equipaje; ahora, debo hacer una nueva etapa en el camino, no pensada ni programada, y conmigo llevo lo imprescindible: la riqueza de los recuerdos, las personas, los lugares, las fechas, el hábito, el rosario, los libros de rezo, la Biblia, el bastón, y el oído bien atento para escuchar lo que brota en mí. Grabadas tengo las palabras que pronunció mi formador, cuando el día de la ordenación el obispo le preguntó si me consideraba digno, y también mi respuesta: “Aquí estoy”.

Soy consciente de que mi vida como sacerdote ha sido y es un don de Dios, el gran don de Dios. A mi edad se me pide ser don no en el hacer sino en el ser, en el silencio agradecido, sin añorar otros tiempos.

Me vuelvo a Dios y agradezco a mis Superiores por ponerme en manos de Santa María del Camino. Ella con su ternura y cercanía, será quien me acompañe en esta nueva hora de entrega y gratitud. 

 

“En este cuerpo mío que envejece

habita el hombre sin edad que soy.

Cuánta melancolía. Y cuánta dicha.

No sabría decir si, de las dos,

una descuella, pues ninguna acaso

quiere imponerse: se entrelazan ambas

en un sentir más hondo y sin origen.

 

Los años han caído uno tras otro

—o de golpe tal vez— sobre mi espalda,

pero no sobre mí, que estoy a salvo

en el ser interior que me sustenta.”

(“Sin edad” – Eloy Sánchez Rosillo)

 

Fr. Manuel Uña Fernández, O.P.

Madrid, 15 de marzo de 2023.