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El Báculo de la Cercanía
Mar 30 Jul 2024“El báculo de la cercanía”
Manuel Uña
- "Tuve el privilegio de compartir con Pastores de la talla de Mons. Adolfo Rodríguez, hoy Siervo de Dios"
"Mons. Jaime Ortega me hizo el regalo de su confianza, pudiéndolo acompañar hasta sus últimos días. Era un hombre culto, buen diplomático y excelente orador"
"Mons. Juan es el Pastor de los signos y del servicio, sin levantar mucho la voz, va mostrando el camino"
28.07.2024 | Fr. Manuel Uña Fernández, OP
El 10 de junio, día en que cumplí 89 años, recibí una llamada de larga distancia. Con sorpresa escuché la voz de Mons. Juan de la Caridad García, Cardenal y Arzobispo de La Habana, diciéndome: “Padre Manuel, muchas felicidades”.
Este gesto suyo hizo que afloraran en mí sentimientos de gratitud, por haber podido compartir con el clero cubano durante 30 años y disfrutar del regalo de su confianza.
La primera oportunidad que me ofrecieron fue acompañarlos en tres tandas de Ejercicios Espirituales, a los pocos meses de mi estancia en La Habana.
Mons. Alfredo Petit fue el portavoz de la Conferencia Episcopal para pedírmelo, y Mons. Emilio Aranguren tuvo la gentileza de acompañarme en el viaje, desde el occidente hasta el oriente de la isla. Resultó ser una travesía inolvidable, sazonada con su buen humor.
Padre Uña y padre Ángel
Mons. Fernando Prego fue el primer obispo cubano con el que me encontré, en una de las visitas a mis hermanos, siendo Provincial. Se acercó a verme a San Juan de Letrán, con el borrador del Documento final del ENEC debajo del brazo. Después de los saludos, no dudó en expresarme una de sus inquietudes: “¿Va a trasladar al Padre Domingo Romero?”. Mi respuesta fue: “No vengo a trasladar, sino a ver y a escuchar”. El P. Domingo Romero era su consejero y depositario de toda su confianza.
Tuve el privilegio de compartir con Pastores de la talla de Mons. Adolfo Rodríguez, hoy Siervo de Dios, quien un día, estando ambos en el Cobre, me llamó para decirme: “Padre Manuel, Vd. y yo tenemos amigos comunes…”
A Mons. Pedro Meurice, me lo presentaron en esta misma ocasión. Me recibió con su habitual sencillez, almorzamos juntos y luego me regaló la tarde, mostrándome la ciudad de Santiago de Cuba y sus alrededores.
Mons. Jaime Ortega me hizo el regalo de su confianza, pudiéndolo acompañar hasta sus últimos días. Era un hombre culto, buen diplomático y excelente orador.
En mi memoria ha quedado grabada la mirada serena de Mons. Siro González. Un hombre fiel a la palabra, a su pueblo, a sus amigos, al tiempo que le tocó vivir. Siendo Obispo de Pinar del Río, asistía a las conferencias del Aula Fr. Bartolomé de las Casas, y en alguna ocasión fue el orador. Recorría la distancia en su viejo vehículo, siendo evidente que lo que no envejecía era su visión positiva de la realidad. El 8 de julio de 1996 firmó la presentación del primer número de los cuadernos del Aula, expresando entre otras cosas: “Me atrevo a levantar la voz, en nombre de mis hermanos obispos, para animar con estas palabras que quieren ser presentación de esta interesante colección, al querido amigo Fr. Manuel Uña, a sus hermanos de la Orden y a los cercanos colaboradores”.
Padre Uña
De Mons. Juan, guardo en mi breviario una estampa que nos regaló a los sacerdotes, el Jueves Santo del año 2020. Dice así: “P. Manuel Uña Fernández, O.P. 22.655 días enseñando, pontificando, pastoreando al pueblo de Dios…”
Qué detalle el suyo, detenerse en convertir los años del ministerio de su clero, en días. Porque la esencia del ser sacerdotal se juega precisamente en los días, las horas, los minutos, los segundos, que se dedican al pueblo de Dios. Mons. Juan es el Pastor de los signos y del servicio, sin levantar mucho la voz, va mostrando el camino.
Recuerdo la visita que hizo a Letrán, semanas después del inolvidable 11 de julio. “Padre Manuel, he pensado en Vd. para que comparta un día de retiro con el clero de La Habana”, me dijo.
Quedé sorprendido, y más al comentarme el tema: “Misión del sacerdote en una Cuba cambiante y compleja”. Era la mayor “tiñosa” que me habían pedido, pero no me pude negar. Antes de despedirnos me dejó escrita la fecha, 4 de agosto de 2021 y el lugar, la Casa Sacerdotal.
Un año más tarde, mi buen amigo Mons. Juan de Dios Hernández, me pidió acompañase al clero de su diócesis de Pinar del Río, durante los Ejercicios anuales, como así fue.
De Mons. Manuel Hilario de Céspedes, guardo un agradable recuerdo. El día que lo ordenaron obispo, expresó su gratitud con la palabra más típica de los pinareños: “¡Alabao!”, es decir, “alabado” sea Dios.
En Santa Clara conocí a Mons. Arturo González, con quien me une una entrañable amistad. Casualmente en estas últimas semanas, la Providencia hizo que se encontrara con un matrimonio vecino del pueblo. Al enterarse mi hermana, me llamó para comunicármelo. Luego supe que fue haciendo el camino de Santiago.
Padre Uña
Uno de los días, Mons. Arturo celebró la Eucaristía junto a los peregrinos, y mis vecinos, Pepe y Anita, se acercaron para preguntarle si era obispo. Al saber que lo era, y de dónde era, le dijeron que conocían a un sacerdote que había vivido en Cuba durante mucho tiempo. Buscaron en el celular una foto de la portada del libro “La sonrisa que no olvidamos”, y se la mostraron. Con emoción se dieron cuenta que el “vecino del pueblo”, era conocido y apreciado por ambas partes.
Qué afortunado me siento, por haber conocido de primera mano a estos testigos. Acojo la invitación del libro del Eclesiástico: “Hagamos el elogio de los hombres de bien”, porque “su esperanza no se acabó; sus bienes perduran en los que vienen detrás” … “Su recuerdo dura por siempre, su caridad no se olvidará” (Cf. Eclo. 44, 1.10-13).
Gracias por la amistad de todos, gracias por ser testigos creíbles, humanos y de Dios. Os regalo estas palabras, reflejo de lo que vosotros sois y vivís:
“Tu mitra será un sombrero de paja; el sol y el claro de luna; la lluvia y el sereno; la mirada de los pobres con quienes caminas y la mirada gloriosa de Cristo, el Señor. Tú báculo será la verdad del evangelio y la confianza de tu pueblo en ti. Tu anillo será la fidelidad a la nueva alianza del Dios liberador y la fidelidad al pueblo de esta tierra. No tendrás otro escudo que la fuerza de la esperanza y la libertad de los hijos de Dios, ni usarás otros guantes que el servicio del amor” (Pedro Casaldáliga, palabras que escribió en la tarjeta de invitación-recordatorio de su consagración episcopal).